Otra vez mi ropa en una valija y mis libros en cajas. Releo mi último poemario, escrito durante los cuatro años que viví en Necochea, la ciudad de mi infancia. Me di cuenta que los escenarios de mis sueños estaban todos acá. Los lugares imaginarios a veces existen, son rincones de un pasado que olvidamos. Guardando mis papeles encontré viejas clasificaciones de poemas de mi adolescencia: “Poemas de identidad” “Poemas de insomnio” “20 poemas de amor y una Micaela desesperada”
Hay temáticas que se repiten como nunca sentirme parte de nada y al mismo tiempo estar obsesionada con las problemáticas sociales, preocupaciones trascendentales que cuando me despierto al otro día ya no tienen sentido, el amor como una isla donde pasan cosas que nunca forman parte del poemario que escribo en ese momento. El amor siempre es una cuestión anti estética, me di cuenta. No son buenos poemas. Hay buenos, muy buenos poemas de amor pero yo no escribo buenos poemas de amor. La emoción no da espacio a la conexión con la dimensión estética del poema. Me anulo ahí. Divago en esa isla. William Wordsworth habla de dos momentos de la escritura. Uno donde prima la emoción y otro, un segundo momento, donde tomamos distancia y revivimos la emoción en tranquilidad. De ahí salen los buenos poemas de amor, por eso los mejores son de desamor.
¿Leyeron Nuestro último año juntas? De Micaela Szyniak? Yo no lo pude terminar, porque lloré mucho. Esos son buenos poemas de amor. Lo que pasa es que yo no revivo las emociones en tranquilidad. Todavía, creo, no aprendí el concepto de tranquilidad. Tengo la mente cansada y duermo mal, no tengo ganas de escribir buenos poemas de amor. Quiero vivir un buen amor, nada más.
Les dejo algunos poemas que escribí en esta ciudad:
Una liebre huye del sueño
corre desesperada
y me hace señas
para que la siga
se interna en el bosque oscuro
me pregunta:
¿Cuál es tu territorio?
Sé que escucha
el sonido de la corteza
de los árboles más viejos
quebrándose en mi pecho
y el hambre
el hambre golpeando
desde adentro
las liebres corren
ya conocen los caminos
y aún así huyen
te gustaría despertar
todos sabemos
en un campo verde
en el bosque de día
te gustaría ser
una de esas mujeres
que corren con sus amigas
en ropa deportiva
por caminos que ya conocen
te gustaría usar calzas
y zapatillas de running
pero el sonido de la corteza
se quiebra
y cala profundo
en alguna herida milenaria
y el hambre
una liebre me mira
con los ojos rojos
y me pregunta:
¿Cuál es tu territorio?
Desde mis siete años
tengo cajas de recuerdos
¿Por qué una niña
tendría miedo al olvido?
Agua viva
Para ser un agua viva
solo hace falta sumergir
las manos en la orilla
y sacudirlas hasta que llegue la noche
cuando todas las líneas queden flotando
un pequeño cosmos rosado
se proyectará
suavemente en la superficie
y te dejarás caer
sin resistencia, caerás
abatida por el resplandor
de millones de años en un segundo
entrarás
temblando en el mar
hasta pasar la rompiente
buscarás de ahora en más
el agua cálida
el sol, o su reflejo
la ilusión de ser
sangre rosa hirviendo
desde la costa.
Soñar con el mar
Para soñar con el mar
no se necesitan dimensiones
ni nombres
la experiencia marítima
en el sueño
es solo agua
entendida
(a través de)
frecuencias
y desencuentros
el sonido solo sirve
para hacerme sentir
que ruge
o que descansa
las gaviotas solo pasan
para que yo las mire
la costa en el sueño
solo sirve para medir los límites
de mi cuerpo
con el mundo
mis ojos hacen fuerza
para acercarme a la orilla
y cada vez me alejo más
nacen islas y canales
para tomar conciencia del espacio
el mar en mis sueños
se traga todas las cosas
que no puedo dejar ir
al final de la noche
cuando baja la marea
me acurruco en un pocito
que hice con mis manos
y el mar me abraza
formando un cerco en la arena
me invita siempre
a ser parte del mundo.
Vine a la playa otra vez
Asumo que me pinté las uñas de rojo solo porque me encanta ver como
contrastan abajo del agua cuando pongo los pies en el mar.
El agua estaba helada como de costumbre y después de un rato siguió helada y
no me acostumbré al frío porque no me gusta acostumbrarme a nada.
Leí con el sol en la espalda y un perro se acostó conmigo y le leí porque
últimamente me encanta leer en voz alta.
El perro se durmió.
Me gusta como transportas la naturaleza sensible en tus poemas. Son encantadores y también gozan de un ternura reflexiva.